domingo, 1 de agosto de 2010

¡Y aún dicen que el románico es inexpresivo!

Algunas personas me han preguntado estos días por la foto que ilustra la macrocabecera de este blog (Sí, lo sé, me he pasado un poco, pero el diseño web no es mi fuerte y además la pieza en cuestión me gusta mucho). Se trata de un capitel de alrededor de 1120 que se encontraba en el desaparecido claustro de la catedral de Toulouse y que hoy se puede admirar en el museo de los Agustinos de dicha ciudad o, si se tiene suerte, en alguna exposición importante sobre el románico.

El románico es un estilo artístico que no suele contar con el mismo número de defensores que los estilos más modernos. Es como Wagner, o se le odia o se le ama. Probablemente una persona de cultura artística media fácilmente se asombrará ante la grandeza de la capilla Sixtina, se emocionará ante la belleza del Apolo y Dafne de Bernini, o incluso se sobrecogerá ante las dimensiones de la catedral de Beauvais, mucho más cercana en el tiempo a nuestro querido capitel. Pero el románico...¡ay, el románico! A mucha gente le parece tosco, imperfecto, simple, difícil de interpretar...

Kubrick no es Hitchcock.

Si eres de los que piensa más o menos en estos términos te invito a que vuelvas a ver con calma la foto de la cabecera. Estarás viendo la que, para mí, es una de las obras cumbres de la escultura de todos los tiempos.

Ante todo, no podemos juzgar esta pieza con los mismo criterios técnicos con los que analizaríamos la Piedad del Vaticano. Seiscientos años entre la caída del imperio romano y la ejecución de esta pieza no pasan en balde. Tenemos que abstraernos de algunos prejuicios estéticos (la búsqueda de lo "bien" hecho, de lo realista, etc) y centrarnos en el emoción de la escena, impregnada de sensualidad y dramatismo a partes iguales aunque la primera es evidente y la segunda aparece al descubrir el contexto de lo que representa: Herodes contempla a Salomé que acaba de interpretar su danza para él. Acto seguido la joven le pedirá que le entregue la cabeza de Juan el bautista.

Herodes aparece como un príncipe esplendoroso, con rostro noble, con un cuerpo imponente (en el románico como en el resto de la vida aunque traten de convencernos de lo contrario, el tamaño importa) riquísimamente vestido, cosa que ha querido destacar de forma muy clara el escultor tomándose el trabajo de tallar todos los adornos de su capa, la fíbula que la sostiene, la corona...Véase también lo decorado de su sayón, en el que no solamente los puños están decorados, sino también parte de la manga a la altura del bíceps. Con toda su intención el autor ha querido mostrar a un soberano en todo su poder.

Pero como decía Mozart en "Amadeus" a Salieri cuando le dictaba el Requiem, "ahora viene el fuego de verdad": ese rey todopoderoso toma con enorme dulzura el mentón de la adolescente que acaba de ejecutar su danza. De hecho (y este es otro logro más de la sutileza del escultor) aún mantiene la posición de bailarina con las piernas entrecruzadas y otro detalle más: colocando sus pies sobre el collarín del capitel. Herodes sostiene tiernamente la cabeza y contempla a la joven. La idea es clara: un rey todopoderoso subyugado por completo ante la belleza de la adolescente. Imponente físicamente pero impotente en su voluntad. El poderoso ya no tiene el poder. La belleza gana al trono.

Y aún más, en sus miradas podemos sentir con claridad la intensa y fatal comunicación que se establece entre ellos: Salomé seductora y expectante ante un Herodes sin otra posibilidad más que la de rendirse ante la gracia puramente física de la joven.

Observando el capitel no nos extraña que la boca de Herodes pronunciase la frase que recoge el evangelio: "Pídeme lo que quieras y te lo daré. Cualquier cosa que desees, te la daré, aunque sea la mitad de mi reino" (Marcos 6, 22-24). E incluso podemos advertir un ligero eco melancólico en el rostro del rey. El mismo evangelio nos advierte que la petición de Salomé de la cabeza de Juan le causó gran aflicción por tenerlo por un hombre justo, pero el rey se encuentra atrapado por su promesa pronunciada en un momento de debilidad.

Croce e delizia. Poderoso caballero es don..sexo.

En pocos capiteles de la época podremos encontrar tantas emociones expresadas tan certeramente. Y en el frontal del que nos ocupa (la escena de Salomé se encuentra en un lateral) aún se puede rastrear el mismo interés del escultor por la descripción de las emociones.


Leído de derecha a izquierda se narra, la degollación del bautista (en el lateral que no se ve), la entrega de la cabeza a Salomé por parte de un amanerado verdugo (le gustó la postura de la danzarina), y finalmente como Salomé ofrece (y otra vez el gesto es elocuente) la bandeja con la cabeza de Juan a su madre Herodías, verdadera artífice de toda la tragedia. Pero el detalle está en el invitado a la mesa, que muestra su espanto ante el momento que presencia arrugando el mantel de la mesa en un espasmo de horror. Sin tanto éxito como en la escena de Herodes, indudablemente encontramos a un artista que se esforzaba por resaltar las emociones. No pasemos por alto que en esta parte del capitel se muestra lo importante de la historia, pero claramente el escultor se ha tomado mucho más cuidado, recreándose incluso, en que el espectador entienda el motivo que explica la ejecución del precursor de Cristo.

En una pequeña escena lateral de uno entre decenas de los capiteles de un claustro medieval nuestro artista se esforzó en reflejar dulzura, gracilidad, ternura, comunicación, poder, impotencia, rendición ante la belleza...

¡Y aún dicen que el románico es inexpresivo!

2 comentarios:

  1. Gracias Charles, me ha encantado; comparto tus ideas porque siempre me ha fascinado el románico.
    Sigue escribiendo (qué bien lo haces!!!) e ilustrando nuestra ánsia de saber.
    Un beso

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  2. Por fin!!!
    no habia visto ni la mitad de las cosas que cuentas del capitel!
    IM-PREZIONANTE!

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